EL VISITANTE.
Caminábamos con mi amada
esposa por una calle del centro de San Miguel (el Grande) en una mañana de
verano, cuando el sol apenas comenzaba a dorar las agujas de la catedral. La
mañana olía a canícula y laureles de la india del parque central. No sabría
decirles si íbamos a algún lugar o si quizá estábamos haciendo un poco de
ejercicio para engañar al colesterol que, con el paso de los años, me ahoga un
poco más cada día. Las calles estaban casi desiertas, así que nos llamó la
atención el individuo que caminaba hacia nosotros sonriendo como si fuéramos
viejos conocidos.
— ¿De dónde lo conocemos?
—pregunté a mi bella acompañante.
—Deja ver —dijo,
ajustándose los lentes. —¡Es Edenizario Comamala!
—No, no creo que sea él.
Quizás te has equivocado, Edenizario está muerto. ¿No te acuerdas que falleció
en la cuarentena del dos mil veinte?
Los años y el abuso de la
tecnología me obligaron a esperar hasta que estuvimos cara a cara para
reconocer a un viejo amigo.
— ¡Mis amigos, los
Granados! —dijo al estar frente a nosotros— ¿Cómo han estado?
— ¡Edenizario Comamala!
—exclamé— ¿pero cómo es esto posible? —pregunté.
—Sí, recuerdo que vos
falleciste hace casi treinta años. ¡Estuvimos en tu funeral! —dijo mi
esposa."
—Pues sí, pero es que no
me morí de verdad, solo fui trasladado a otro lugar, uno muy bonito que ni se
imaginan cómo es.
—¿Es mejor que este?
—pregunté con los ojos húmedos, después de abrazarlo.
—¡Uy sí, mucho mejor!
—¿Cómo es el cielo?
—preguntó mi esposa.
—¿El cielo? Hay billones
de cielos... infinitos.
—¿Cómo?
—Es difícil de explicar,
es que son tantos y a la vez es uno solo, es que el cielo no es el mismo para todos...
pareciera ser que se ajusta a los gustos de cada quien.
—Ah, ya entiendo —dijo mi
esposa. —Si a mí me gustan los libros, entonces sería como una gran biblioteca.
—¿Y puedes invitar a quien
desees a visitarlo? —pregunté.
—Sí, puedes hacerlo. Para
eso hay un lugar donde todos nos reunimos cada cierto tiempo y allí puedes
invitar a quien quieras.
—¿Cómo es el tuyo?
—preguntó mi esposa emocionada.
—Es un lugar donde puedes
viajar, filosofar, hacer música, escribir y, si te portas bien —porque también
hay reglas, sabían—, te dan un permiso para viajar al lugar y época que desees.
—¿Por qué viniste aquí?
—¡Quería verlos!
—Edenizario, Dios te
pague, nosotros también nos alegramos de verte y saber que estás bien. ¿Cuánto
tiempo te quedarás?
—Depende de tu teléfono.
—¿Qué tiene que ver mi
celular con tu viaje?
—Bueno, cuando regresas,
solo pueden verte tus amigos verdaderos que en ese momento están durmiendo.
¡Bip! ¡Bip! ¡Bip! ¡Bip!
¡Bip! ¡Bip!
El teléfono, puntual, sonó
maitines. Eran las cuatro y media de la mañana.
—Pero hay que tener
cuidado, porque los muertos que no descansan se roban las aventuras de los
vivos viviendo sus vidas mientras duermen, por eso es que casi ningún sueño
pueden recordar; pero los amigos los dejan para que puedan saber que estuvieron
con ustedes —alcancé a escuchar que Edenizario decía, justo antes de que la
realidad se esfumara al despertar.¬
—Miguelan.
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