hay suficiente claridad para distinguir lo que me rodea. El cielo, gris y amenazante, presagiaba una tormenta inminente.
Estaba en la casa de unos conocidos, personas con las que
comparto ocasionalmente, sin llegar a entablar una real amistad. No, tampoco es
que sea hipócrita, es solo que después de los eventos del año pasado que todos
ustedes conocen; se me hace difícil llamar amigo a cualquier persona.
Todo parecía transcurrir con normalidad. Las conversaciones
fluían, y yo participaba en ellas, como si nada fuera diferente. Respondía
preguntas, hacía comentarios, incluso bromeaba un poco.
No obstante, había
algo en el aire, una ligera incomodidad, una sensación apenas perceptible de
que algo no estaba bien.
Entonces bajé la mirada, y lo vi. En mi mano izquierda
sostenía… ¡una mano humana!
¡Una mano, cercenada desde la muñeca, con las uñas sucias y
ennegrecidas!
A la mano le faltaba un dedo, mismo que yo, sin siquiera darme cuenta hasta ese
momento, estaba masticando, como si de un crocante bocadillo se tratase.
El horror me golpeó de repente. ¿Cómo llegué a esto? Un nudo
de repulsión y miedo se formó en mi estómago.
Escupí y apreté la mano sin pensar, y al hacerlo, sentí cómo
algunos tendones se contraían, haciendo que los dedos se movieran de forma
espasmódica.
¡Un escalofrío recorrió todo mi cuerpo!
Miré a mi alrededor, esperando que alguien me estuviera
observando, pero todos seguían hablando como si nada, completamente ajenos a lo
que yo estaba haciendo.
La urgencia por deshacerme de esa abominación creció dentro
de mí. ¡No podía permitir que alguien me viera con esa mano! ¡No podía quedarme
ni un segundo más con ella!
Me disculpe con mis vecinos y salí de la casa, intentando
mantener la calma, pero por dentro estaba desesperado.
Las nubes se arremolinaban en el cielo, cada vez más
oscuras, y sabía que la tormenta no tardaría en desatarse.
Mientras caminaba, vi un pequeño cafetal detrás de la casa.
Pensé en arrojar la mano ahí, entre las plantas, pero de inmediato deseché la
idea. “No, alguien podría encontrarla”, pensé con pánico. “¿Y luego qué dirán?
¿De dónde la saqué?”
Mi mente buscaba frenéticamente una solución. Entonces
recordé la vieja fosa séptica que había detrás de la casa, un lugar tan oscuro
y repulsivo como el acto que acababa de cometer. “Ahí... ahí es donde nadie la
encontrará”, me dije, intentando tranquilizarme.
Corrí hacia la fosa, sintiendo las primeras gotas frías de
la tormenta que comenzaba a caer. Me incliné sobre el borde, el viento azotando
mi rostro, y con un movimiento rápido, solté la mano en el oscuro abismo.
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