viernes, 13 de septiembre de 2024

EL MAESTRO JUGUETERO

 EL MAESTRO JUGUETERO

 

Sin saber cómo ni por qué, desperté siendo un niño en una ciudad resplandeciente.

Todo a mí alrededor brillaba con una luz cegadora, como si el mismo sol habitara en cada rincón de aquel lugar.

¿Dónde me encontraba? No lo sabía.

¿Por qué era un niño otra vez? Tampoco tenía respuestas.

Pero había una sensación clara en mi corazón: deseaba un juguete. Lo anhelaba con la intensidad de la niñez, esa que vuelve insaciable el deseo por algo pequeño y simple.

Comencé a caminar, guiado por una certeza que no comprendía del todo, pero que me impulsaba con firmeza hacia el taller del juguetero.

¿Cómo sabía dónde estaba? No lo sé. Pero mis pasos, sin dudarlo, me llevaron directo a la puerta.

El taller no era ostentoso, pero sí acogedor.

Mientras me acercaba, una calidez creciente envolvía el ambiente, una presencia paternal que llenaba cada rincón.

Toqué la puerta con timidez, pero no hubo necesidad de insistir; se abrió sola, invitándome a entrar.

Dentro, una atmósfera de amor y sabiduría lo cubría todo.

Caminé, asombrado, por pasillos interminables, llenos de estantes repletos de juguetes.

Había millones de ellos, de todos los tamaños, formas y colores que uno pudiera imaginar. Cada uno parecía único, una pequeña obra maestra que esperaba encontrar a su dueño. Era evidente que el dueño de aquel lugar era un genio, un artesano que dedicaba su vida a crear maravillas sin perder el tiempo en presumirlas.

Y entonces lo vi.

El maestro juguetero estaba al final del taller, inclinado sobre una mesa sencilla, trabajando en algo con un cuidado y dedicación impresionantes.

No me sorprendió que no me saludara ni que yo tampoco lo hiciera. Era como encontrarse con un miembro de la familia en el hogar, donde las formalidades sobran.

Él ya sabía que yo estaba allí. Sabía lo que yo deseaba incluso antes de que llegara.

En un breve instante, levantó la vista y me dedicó una sonrisa que llenó mi corazón de gozo. Luego, volvió a concentrarse en lo que hacía. Me di cuenta de que estaba elaborando algo para mí. Aquel juguete, simple y hermoso, era el resultado de su trabajo. El maestro juguetero lo había creado con esmero, mucho antes de que yo lo pidiera.

Finalmente, terminó la pieza. Con manos toscas y callosas de tanto trabajar, la tomó y me la extendió en silencio.

¡Era perfecta!

Por un momento, me pregunté por qué había hecho algo especialmente para mí cuando tenía tantos juguetes ya creados.

El maestro leyó mis pensamientos y sonrió con ternura y llenando el aire de una paz indescriptible no necesitó decir nada, pero comprendí que, aunque en su taller había infinitos juguetes, aquel en sus manos había sido hecho solo para mí, con un amor especial, dedicado y único.

—Un cuerpo, una vida, para ti —dijo, mientras me entregaba el juguete.

Lo tomé con las manos temblorosas, emocionado por el regalo. Sentí una oleada de nuevas sensaciones mientras el maestro juguetero soplaba suavemente empujándome a la vida.

Su rostro afable se desvaneció lentamente en la luz, y comencé a escuchar sonidos extraños que no entendía.

De pronto, lo supe.

¡Había nacido!

Lloraba.

 

_El sueño del saltamontes. (2024)


EL MAESTRO JUGUETERO


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