EL MAESTRO JUGUETERO
Sin
saber cómo ni por qué, desperté siendo un niño en una ciudad resplandeciente.
Todo
a mí alrededor brillaba con una luz cegadora, como si el mismo sol habitara en
cada rincón de aquel lugar.
¿Dónde
me encontraba? No lo sabía.
¿Por
qué era un niño otra vez? Tampoco tenía respuestas.
Pero
había una sensación clara en mi corazón: deseaba un juguete. Lo anhelaba con la
intensidad de la niñez, esa que vuelve insaciable el deseo por algo pequeño y
simple.
Comencé
a caminar, guiado por una certeza que no comprendía del todo, pero que me
impulsaba con firmeza hacia el taller del juguetero.
¿Cómo
sabía dónde estaba? No lo sé. Pero mis pasos, sin dudarlo, me llevaron directo
a la puerta.
El
taller no era ostentoso, pero sí acogedor.
Mientras
me acercaba, una calidez creciente envolvía el ambiente, una presencia paternal
que llenaba cada rincón.
Toqué
la puerta con timidez, pero no hubo necesidad de insistir; se abrió sola,
invitándome a entrar.
Dentro,
una atmósfera de amor y sabiduría lo cubría todo.
Caminé,
asombrado, por pasillos interminables, llenos de estantes repletos de juguetes.
Había
millones de ellos, de todos los tamaños, formas y colores que uno pudiera
imaginar. Cada uno parecía único, una pequeña obra maestra que esperaba
encontrar a su dueño. Era evidente que el dueño de aquel lugar era un genio, un
artesano que dedicaba su vida a crear maravillas sin perder el tiempo en
presumirlas.
Y
entonces lo vi.
El
maestro juguetero estaba al final del taller, inclinado sobre una mesa
sencilla, trabajando en algo con un cuidado y dedicación impresionantes.
No
me sorprendió que no me saludara ni que yo tampoco lo hiciera. Era como
encontrarse con un miembro de la familia en el hogar, donde las formalidades
sobran.
Él
ya sabía que yo estaba allí. Sabía lo que yo deseaba incluso antes de que
llegara.
En
un breve instante, levantó la vista y me dedicó una sonrisa que llenó mi
corazón de gozo. Luego, volvió a concentrarse en lo que hacía. Me di cuenta de
que estaba elaborando algo para mí. Aquel juguete, simple y hermoso, era el
resultado de su trabajo. El maestro juguetero lo había creado con esmero, mucho
antes de que yo lo pidiera.
Finalmente,
terminó la pieza. Con manos toscas y callosas de tanto trabajar, la tomó y me
la extendió en silencio.
¡Era
perfecta!
Por
un momento, me pregunté por qué había hecho algo especialmente para mí cuando
tenía tantos juguetes ya creados.
El
maestro leyó mis pensamientos y sonrió con ternura y llenando el aire de una
paz indescriptible no necesitó decir nada, pero comprendí que, aunque en su
taller había infinitos juguetes, aquel en sus manos había sido hecho solo para
mí, con un amor especial, dedicado y único.
—Un
cuerpo, una vida, para ti —dijo, mientras me entregaba el juguete.
Lo
tomé con las manos temblorosas, emocionado por el regalo. Sentí una oleada de
nuevas sensaciones mientras el maestro juguetero soplaba suavemente empujándome
a la vida.
Su
rostro afable se desvaneció lentamente en la luz, y comencé a escuchar sonidos
extraños que no entendía.
De
pronto, lo supe.
¡Había
nacido!
Lloraba.
_El
sueño del saltamontes. (2024)
No hay comentarios:
Publicar un comentario