miércoles, 26 de marzo de 2025

INTROSPECCIÓN

 INTROSPECCION.

La casa, antigua y de muros gastados, perteneció a mi padre, hasta el día de su prematura muerte. Aquel lugar guardaba ecos de un pasado distante, de memorias que se entrelazaban con el polvo y la penumbra.

Aquella noche —o quizá aún tarde, pues el cielo era de un gris moribundo— me encontraba allí con mi esposa, quien sabe en qué diligencia,  cuando un sonido inesperado me hizo estremecer.

Unos pasos resonaron en la habitación contigua. No eran pasos humanos, no; eran golpes secos, rítmicos, como cascos de caballo golpeando el suelo: clac, clac, clac.

Un escalofrío reptó por mi espalda. La atmósfera se cargó de una presencia invisible, una sombra sin forma que, sin embargo, me miraba desde el otro lado de la oscuridad.

El miedo se enredó en mis entrañas, pero la ira lo devoró con rapidez. Quienes me conocen saben que soy colérico, hasta la última gota de bilis. ¡Si aquello se atrevía a irrumpir en mi mundo, que se mostrara! Con voz temblorosa, pero firme, le desafié:

— ¡Muéstrate! ¡Déjame verte cobarde!

El aire pareció quebrarse, y de la nada surgió la forma de un gato negro. No tenía nada de especial, ningún rasgo demoníaco más allá de su oscura silueta y sus ojos que ardían con una burla silente. No esperé a que hiciera el primer movimiento; me lancé sobre él, con la furia de quien se enfrenta a su destino.

Luchamos. Se revolvía como un gato enojado, arañando y mordiendo arteramente mi cuerpo blindado por la adrenalina y la furia.

Entonces, ante mis ojos, su cuerpo cambió: dejó de ser un felino y se convirtió en un ave negra que intentó alzar el vuelo. Pero fui más rápido. Lo atrapé en el aire, cerrando mis manos con la furia de una bestia.

Planeaba destruirlo. ¡Aplastarlo! ¡Arrancarle la esencia, despedazarlo con la rabia de quien ha sido desafiado! Pero el ser volvió a mutar en mis manos. Lo que aprisionaba entre mis dedos ya no era carne, hueso ni pluma, sino juguete de hule. Un simple juguete inofensivo.

Apreté con más fuerza, tratando de desgarrarlo, de destruirlo con todo mi poder. Pero no importaba cuánto lo estrujara: el hule solo se deformaba y volvía a su forma original, intacta, absurda, burlesca. Y entonces…

La risa.

Un sonido hueco, atronador, que no venía de ningún lado y de todas partes a la vez. Una carcajada demoníaca, hiriente, burlona, que llenó cada rincón de la habitación, cada sombra, cada resquicio de mi mente.

¡Jajajajajajaja!



No hay comentarios:

Publicar un comentario