AMOR SIN TIEMPO
Caminaba una tarde de luz
salmón por la ciudad de mis recuerdos, ese lugar donde nunca he estado sino en
el narcótico elemento del desvarío nocturno.
Los árboles del parque y
algunos almendros cuyas raíces agrietaban las aceras de las casas habitadas por
fantasmas, habían perdido sus hojas y con las ramas desnudas parecían arañar un
cielo de noviembre.
¿Hacia dónde iba? no
podría precisarlo, solo deambulaba con los dedos entumecidos por frío con
dirección a la vieja iglesia que ahora había sido convertida en hospital.
Entonces la vi, con sus
años de juventud acariciado los últimos rayos de aquel día. Caminaba hacia mí y
sonreía mientras el viento desnudaba su cuello del cabello que nunca sujetaba.
El corazón me dio un
vuelco y las mariposas que eones antes dormitaban en la oscuridad de las
cavidades impenetrables de la desilusión y la amargura se liberaron en una
explosión de emociones indescriptibles.
¿Cómo era posible aquello?
Debía estar equivocado, no
podía ser ella… ¡habían pasado tantos años!
Mi pelo entrecano me
gritaba que debía ser una broma de la mente que cada vez se va quedando con
menos luz…
Ella se detuvo frente a
mí, me abrazó y beso como si apenas ayer me hubiera visto, sin detenerse a
preguntar por qué había envejecido.
La apreté con fuerza contra
mi pecho y aspiré extasiado el perfume de su mocedad.
Y nos amamos hasta que la
luna estuvo alta en el cielo. Ella se rindió ante la experiencia y yo
rejuvenecí en su cuerpo desnudo una y otra vez hasta quedar aletargado en la
hibernación consiente del placer.
— ¿me has extrañado?
—pregunté.
— ¿has ido a algún lado?
Con la luz del nuevo día
ella se difumino en mis brazos… desapareció con la frescura de la mañana
dejando en el aire su perfume y en mi piel las marcas del pasado.
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