viernes, 8 de diciembre de 2023

LAGARTOS.

LAGARTOS.

LAGARTOS ENTRE LOS JUNCOS


Al medio día, de un día cualquiera; veía desde una elevación del terreno un río que se deslizaba limpio, a la sombra de los árboles que bautizaban sus raíces retorcidas en las márgenes del verano.

Algunas hojas se desprendían de vez en cuando y caían sobre las aguas infectas de lagartos, voraces que ocultaban sus cuerpos acorazados dejando al descubierto únicamente sus ojillos cargados de malicia.

Río abajo, una mancha de rapaces retozaba en sus aguas, salpicando de alegría la soledad de aquella mitad del día, sin darse cuenta del peligro que se acercaba disimulado hacia ellos.

¿Cuánto tardaría en desatarse la orgia de sangre?

¡Debía darme prisa y salvarles!

Comencé a correr tan rápido cual mis piernas podían, por el crepitante caminito que llevaba a la poza.

¡Mis pies volaban!

No faltaba mucho para que las fauces infernales comenzaran a desmembrar los cuerpecitos inocentes, en un cruel frenesí de locura bestial.

¡Corría, como el viento pero nunca llegaba!

Después de mucho, logré alcanzar el lugar donde los niños se divertían, esperaba… ¡Oh Dios encontrarme una orgía de sangre! pero, el cuadro apareció frente a mí sin cambio.

Los niños seguían salpicando con agua y retozando totalmente desnudos

–¡Salíos pronto del agua ignorantes! –les grité- ¡Corran! ¡El rio está lleno de cocodrilos!

Un niño, el mayor de todos, quien parecía tener no más de siete años, dejó de jugar y me vio extrañado como quien ve a un loco gritar en medio de la calle.

–¡No se preocupe señor! Ya lo sabemos, pero son inofensivos –dijo – mientras sacaba un ponzoñoso animal del agua tomándole por la punta del hocico.

Me lo entrego y me dijo:

–Tírelo rio abajo

Tome el horrible animal y lo arrastre rio abajo… que raro, no se movía

Lo vi y me di cuenta que no se movía porque estaba ¡muerto!

Pero yo los vi, vivos y feroces nadar rio arriba

¡El niño lo asfixió cuando lo tomo por la punta del hocico!

Que niños más raros eran esos, ya regresaría a averiguarlo después, cuando tirara el cadáver del pobre animalejo.

 

—Miguelan. 

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