LAGARTOS.
Al medio día, de un
día cualquiera; veía desde una elevación del terreno un río que se deslizaba
limpio, a la sombra de los árboles que bautizaban sus raíces retorcidas en las
márgenes del verano.
Algunas hojas se
desprendían de vez en cuando y caían sobre las aguas infectas de lagartos,
voraces que ocultaban sus cuerpos acorazados dejando al descubierto únicamente
sus ojillos cargados de malicia.
Río abajo, una
mancha de rapaces retozaba en sus aguas, salpicando de alegría la soledad de
aquella mitad del día, sin darse cuenta del peligro que se acercaba disimulado
hacia ellos.
¿Cuánto tardaría en
desatarse la orgia de sangre?
¡Debía darme prisa
y salvarles!
Comencé a correr
tan rápido cual mis piernas podían, por el crepitante caminito que llevaba a la
poza.
¡Mis pies volaban!
No faltaba mucho
para que las fauces infernales comenzaran a desmembrar los cuerpecitos
inocentes, en un cruel frenesí de locura bestial.
¡Corría, como el
viento pero nunca llegaba!
Después de mucho,
logré alcanzar el lugar donde los niños se divertían, esperaba… ¡Oh Dios
encontrarme una orgía de sangre! pero, el cuadro apareció frente a mí sin
cambio.
Los niños seguían
salpicando con agua y retozando totalmente desnudos
–¡Salíos pronto del
agua ignorantes! –les grité- ¡Corran! ¡El rio está lleno de cocodrilos!
Un niño, el mayor
de todos, quien parecía tener no más de siete años, dejó de jugar y me vio
extrañado como quien ve a un loco gritar en medio de la calle.
–¡No se preocupe
señor! Ya lo sabemos, pero son inofensivos –dijo – mientras sacaba un ponzoñoso
animal del agua tomándole por la punta del hocico.
Me lo entrego y me
dijo:
–Tírelo rio abajo
Tome el horrible
animal y lo arrastre rio abajo… que raro, no se movía
Lo vi y me di
cuenta que no se movía porque estaba ¡muerto!
Pero yo los vi,
vivos y feroces nadar rio arriba
¡El niño lo asfixió
cuando lo tomo por la punta del hocico!
Que niños más raros
eran esos, ya regresaría a averiguarlo después, cuando tirara el cadáver del
pobre animalejo.
—Miguelan.
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