EL LOBO NEGRO.
– ¿Qué pasa aquí?
–pregunté a la enfermera que ocultaba su pereza tras un viejo vidrio.
Ella, me señaló con
la vista una mesa de madera vieja, con las orillas mordidas por el descuido y
el paso de los años donde reposaban, muchos papeles.
– ¡Llevo horas
esperando! me llamaron, pero aún no me han atendido, no veo por qué, si el
consultorio está vacío.
No se lo dije de
mala manera, sino más bien en tono de súplica encarecida.
Después de esperar
mi turno por mucho rato y pelear con los vivianes que querían meterse antes en
la fila, ¡al fin me habían llamado, pero la enfermera no me pasaba!
Hacía días que
tenía un dolor en el pecho, algo así como unos cólicos…
—Disculpe señor –me
dijo la enfermera- la doctora esta ahora pasando por un mal momento, después de
todo ellos también son humanos como nosotros, y giró la cabeza señalándome un
cuartito apenas iluminado.
En él, la doctora
lloraba desconsoladamente porque su paciente anterior a mi había muerto. Al
parecer era un judío pálido de brazos peludos que había luchado hasta el final
por mantenerse vivo, su cuerpo estaba totalmente consumido y lleno de
operaciones, me pareció bastante viejo.
— ¡Vaya cosa!
–Pensé – como si fuera el primer paciente que muere, estos médicos deberían
estar acostumbrados a ver sucumbir a las personas.
La doctora seguía
abrazada sobre el cadáver, llorando, y yo sintiendo vergüenza ajena por ella.
Hasta allí todo
parecía bastante normal, de no ser por aquella extraña voz que parecía burlarse
de ella desde ultratumba.
—Yo, tengo el
poder…
<< ¿Quién
rayos tenía el poder?>> —pensé de nuevo sin que aquella voz me asustara.
— ¡Vosotros sois
una triste parodia… el poder es mío!
<< ¿Quién
hablaba? >> Vi hacia todos lados; pero la voz parecía salir del aire, de
todas partes.
Yo seguía
observando el triste cuadro, más preocupado porque me atendieran…
De pronto, vi sobre
la cama donde estaba el judío errante, un túnel de nubes muy oscuras, parecidas
a las de las tormentas al atardecer, y en él una sencilla escalera de caracol
que ascendía hasta perderse en un extraño resplandor, como si un relámpago se
hubiera quedado detenido.
Subía por la
escalera un gigantesco lobo negro de pelaje hirsuto, a punto de desaparecer
entre la niebla.
—Amigo, por favor
disculpa –le dije-
El espectro se
detuvo y giró lentamente su enorme cabeza hacia mí, sus ojos como dos llamas
que ardían con furia, se clavaron en los míos.
—El poder y la vida
–le dije con suavidad- proceden del Eterno, tanto tu como yo somos esclavos de
su voluntad.
— ¿Quién eres que
me hablas? ¿Un simple mortal asemejándose a un dios? ¡Podría fácilmente
despedazarte! —respondió con la misma voz profunda y grave que antes había
oído.
—Podrías… si esa
fuera Su voluntad, quizás lo hagas cuando llegue mi momento, entonces, ni tú ni
yo podremos hacer otra cosa sino someternos...
—El Wargo, guardo
silencio; continuó mirándome unos cuatro segundos más y sin decir más siguió
subiendo sin prisa por la escalera de caracol.
Una mano se posó
sobre mi hombro, regresándome a la realidad; era la doctora, con lágrimas aun
en sus mejillas, pero una sonrisa dulce y sincera me dijo: “tú sigues”
—Miguelan.
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