lunes, 25 de diciembre de 2023

LA SIMA

 LA SIMA

Este lugar no se parecía a los muchos que había visitado en el transcurso de mi vida, cuando por alguna razón había tenido que despedir a algún familiar, un conocido o asistir obligado por las circunstancias y acompañar algún desconocido.

Era vasto y sus límites se extendían hasta lontananza mas allá de donde mis ojos alcanzaban a ver.

No, no me agradan los cementerios y creo que a nadie le gustan; pero entre todos a mi menos y siempre que puedo los esquivo y no es porque que me asuste la muerte, sino más bien es esa extraña sensación de soledad y abandono la que perfora mis entrañas.

¡Es el olvido lo que me espanta!

Era la tarde de un día cualquiera, el sol casi terminaba su largo recorrido alcanzando a rozar aun las altas hojas de los cipreses que desfilaban por la calle principal de la marmolea necrópolis.

Caminaba despreocupado sobre el pavimento que a modo de acera se elevaba sobre un césped bien cuidado de un verdor uniforme. Buscaba mi nombre en las lapidas de los nichos.

Había abedules y también sauces que se mecían de un lado a otro con la brisa fresca del crepúsculo, arboles irreverentes que estrujaban con sus raíces el alabastro de las tumbas.

Los nombres escritos en el gélido mármol del olvido nada me decían, ni uno solo había que pudiera evocar en mí, alguna emoción y así continué por largo rato hasta que casi llegue al final de ese pasillo.

No me sorprendió encontrarme con Eduardo, un viejo conocido.

Parecía haberme estado esperando

—Ese es el lugar que buscas… es tu lugar—me dijo sin molestarse en saludar, como todo buen amigo—mientras me señalaba una oscura cavidad justo en la mitad de los nichos que como cuartos de mesón esperan quien los arrende hasta el día del Juicio Final.

<<Soy un muerto que camina entre los vivos>> —pensé.

No le agradecí que me mostrara el lugar ni me despedí de el… como hacen todos los amigos.

Con tristeza y miedo me introduje en el apagado y húmedo recinto y me quedé allí por quien sabe cuánto tiempo sin poder salir, porque en el momento que mi cuerpo estuvo dentro, unos barrotes de metal aprisionaron mi alma por toda la Eternidad.

Y los tiempos pasaron, el sol subió y bajó infinidad de veces hasta que me olvidé de contar los días ¿Qué caso tenía? la gente continuo desfilando en la búsqueda solitaria de su prisión, algunos al buscar su nombre leían el mío y llenos de piedad hacían una breve oración y seguían caminando hasta que Eduardo les decía donde sería su lugar.

Pasaban sin saber que podía verlos aunque ellos no pudieran advertirlo.

Si en tormentos el Rico deseaba que Lázaro mojara con su dedo la punta de su lengua, yo anhelaba con angustiosa necesidad solo un poco de contacto humano.

Me estiraba hasta donde mis tendones me lo permitían sacando mi mano por entre los hierros que me aprisionaban, llegando casi a rozar a alguno; pero una gran sima había entre ellos y mi anhelo.

—2018

Ermita en medio de la niebla con cementerio


No hay comentarios:

Publicar un comentario